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Machu 2005_04
Soñado y posible - (Abril 2005)

15 días de travesía para vehículos todo-terreno tras las huellas del pasado Inca organizada por el 4x4 Café de Buenos Aires que partiendo de la capital Argentina, recorrió 4 países y 8000 Km. en un espectacular circuito que no dejó pasar a las enigmáticas Líneas de Nazca, el Salar de Uyuni y el magnífico desierto de Atacama.

La palabra clave.
Tanto es lo vivido en un viaje de esta naturaleza, que aún a más de un día de arribado me parece estar escuchando esa pegadiza melodía andina que una y otra vez dio vueltas en la lectora de la camioneta. Era literalmente eso; temática andina envolviéndolo todo y dejando un vívido recuerdo marcado a fuego en aquellos que se animaron a incursionar dentro de esa cultura tan diferente a la nuestra.
Ver, probar y sentir la diferente forma en que los pueblos andinos interaccionan entre sí y con la naturaleza misma. No es solo una música diferente, son los colores y sabores que llenan retinas y estómagos y que hacen surgir una de las consecuencias inmediatas y naturales de todo viaje, tal vez lo más destacado, el hecho de poder comparar y apreciar lo nuestro. Una interminable búsqueda de respuestas a la pregunta de porque seremos tan diferentes que para nosotros se convirtió en muletilla: Estaremos en otro planeta?.
La clave exacta de un viaje internacional, lo que llena el espíritu, la palabra justa “diferentes”.
Tan distintos somos, que nuestras humanidades acostumbradas a los cómodos niveles marinos requerían de cierta aclimatación paulatina a la altura, Salta y la Quebrada de Humahuaca nos vieron unos días circulando con la tranquilidad propia del buzo que ingresa a la cámara hiperbárica. Llegar a Bolivia sin dicha precaución sería desoír el mandato de la experiencia propia de tres viajes anteriores al altiplano y una clara conjunción para el desastre.
La fría mañana en el pequeño poblado de Yavi, nos puso de golpe frente al menos de la escala en los termómetros de los vehículos, y no sería la última vez.

Salar de Uyuni, magia blanca.
La pérdida de casi tres horas efectuando trámites en la frontera de Villazón, parecía tan ridícula como lo eran los valores en que se negociaban las mercancías en este Saigón-boliviano. Claro que lo barato que resultaron los cigarrillos, se compensó unos días más tarde con el precio del jarabe para la tos en una farmacia peruana.
Los primeros cien kilómetros de “ripio-bueno”, eran la única ficha a nuestro favor si es que queríamos llegar a pernoctar a Uyuni y no debía desperdiciarse, esa sería la última vez que podríamos llegar a ver a nuestro velocímetro indicando más allá de los 60 Km./h. La desprolija y manual inscripción de la palabra “atocha” en el reverso de un diminuto cartel amarillo al costado del peaje de Tupiza, era la indicación que buscábamos para abandonar la relativa seguridad del camino consolidado por uno mucho peor.
Sería la última señal vial observada hasta Uyuni casi 300 kilómetros adelante, una particularidad muy boliviana y en donde sin la ayuda del G.P.S., aún estaríamos circulando por alguna de las interminables, vuelteras y bifurcadas cuestas altas de la región andina sur boliviana.

No hay carteles?, preguntó alguien. Para qué...?, si a partir de ahora y hasta que lleguemos a la frontera peruana, el tiempo a recorrer puede ser correctamente estimado de la siguiente forma:
a) directa consecuencia del promedio resultante entre las diferentes respuestas obtenidas en “horas de marcha” a muy ocasionales encuestados. (intentar que la “muestra” sea lo más grande posible, ya que deberá ser proporcional a lo disparatado de las respuestas)
b) resultado de adicionar un 50% a los kilómetros indicados por el G.P.S. en línea recta a nuestro destino y a dicho valor, dividirlo por un estimado promedio de velocidad de avance de 30 Km./h.
La llegada a un pueblo como Uyuni, entrada la noche (apenas las 20.00 hrs.) fue de antología, los pobladores tratando de ponerse de acuerdo sobre la ubicación del que en definitiva, era el mejor hotel del pueblo. La cuestión ya de por sí desopilante que hasta llegaron a decirnos que no hiciéramos caso al cartel que rezaba “Bar La Locomotora”, que en realidad ese era el Hotel “Jardines”. La pastosa y aromática nube de humo –y no precisamente de cigarrillos- que envolvía al amplio lugar de encuentro de turistas, junto a la maqueta-bar de una locomotora en el centro del salón y la marcada predilección por la pintura en colores fuertes del pueblo boliviano, por un breve instante me hicieron dudar sobre mi exacta posición geográfica y temporal, regresándome a mis años jóvenes de la Ibiza de la década del 80. “Que loco es todo esto..” otra frase que supo ganarse un lugar en el VHF.
Finalmente, la policromía en los pasillos y habitaciones del “Jardines” y lo extravagante de sus adornos
- incluida una cama de bronce y elásticos colgada del techo del comedor- competía mano a mano en términos de locura con su abultada tarifa en dólares y solo comparable con las de la gasolinera.
Lo único modesto que encontramos en Uyuni, fue la temperatura del agua de las duchas... pero tienen al Salar... y las locomotoras...
Condena de pesadilla eterna para más de un encargado de museo ferroviario del otro hemisferio si por ventura llegara a enterarse de un sitio como el “cementerio de locomotoras de Uyuni”. Piezas únicas que deberían ser el orgullo en más de una muestra, aquí son sometidas al impiadoso rigor climático de la puna. Una nota discordante... y van...
Pocos minutos alcanzaron para que nuestras camionetas pisaran el inmaculado blanco del salar más grande del mundo, más de 75 kilómetros se necesitaron para aproximar a su baricentro, materializado este en una perdida isla coralina que alguna vez supo ser fondo marino.
Incahuasi es hoy base, mirador, restaurante y “nudo de navegación” en las excursiones del salar. Faro sin luz que orienta a las sufridas Land-Cruiser de las agencias de turismo en sus muy solicitados recorridos de cuatro días y tres noches por las Joyas Altiplánicas al ahora sí, módico precio de u$s60 con pensión completa, siempre y cuando no le importe compartir entre ocho pasajeros un vehículo para cinco y con escasas chances de aseo personal.
La calculada sorpresa al bajar la mesita y las sillas playeras en medio del salar, fue casi tan festejada como la apertura de las botellitas de Chandón por parte Edgardo y Graciela, ocupantes de la flamante Hilux de Gral.Roca.
Otros 70 kilómetros a campo traviesa fueron necesarios para llegar justo en medio de la siesta del sorprendido cuidador del peaje (en Bolivia una popular boca de recaudación impositiva, en donde ni los salares están ajenos) y que para nuestra sorpresa –ya deberíamos habernos acostumbrado- no supo calcular el kilometraje al pavimento más cercano, otros 120 Km.

La Paz, un pozo de caos.
El calculado pernocte en Oruro, nos vio desembarcando en su 4*. Lo raro fue ver al mozo de su restaurante pedir telefónicamente el delivery de nuestra cena... seguimos sin dar crédito a lo que vemos o escuchamos o sentimos... otra vez el agua caliente con problemas!.
Cuando uno llega a La Paz, no puede menos que sorprenderse. Un gigantesco cráter repleto de edificaciones y caótico trazado que ameritó una reunión de pilotos en el peaje de acceso a El Alto. La directiva era clara, me siguen de cerca ya que perderse aquí significa sacrificar Tiwanaku –nuestra siguiente parada antes de cruzar la frontera con Perú-.
Sin darnos cuenta como, en menos de diez minutos estaba la fila de camionetas en medio de un verdadero caos vehicular. Cientos de pequeños y atestados autobuses y taxis nos rodeaban compitiendo por el espacio de la única avenida de acceso. Desde nuestra privilegiada posición de altura -propia de una 4x4-, veíamos claramente a los “llamadores” de pasajeros (gran parte de la población analfabeta, no sabe leer los letreros de destino) gritando por clientes, casi tan alto como las nerviosas bocinas reclamando por espacio.
Un parking y un Burger King, remataron la jugada. Era hora de “salir” de La Paz. Trepar el pozo en horario nos alivió tanto como llegar a tiempo a la visita de la misteriosa Tiwanaku. Nuestro primer contacto con una cultura milenaria, monolitos de piedra y espectaculares trabajos en piedra, no pudieron competir con lo que de aquí en más sería una constante, tasas de ingreso dolarizadas y “demasiado” internacionalizadas para el nivel de los servicios prestados. Sabíamos que el ingreso a Perú era rápido, los casi 200 Km. bordeando el lago Titicaca para llegar a Puno, también.


Islas flotantes de los Uros, paraíso de totora.
El plan era claro, los guías madrugaríamos ya que debíamos competir con el resto de las agencias de turismo por las mejores embarcaciones para la navegación del Titicaca en dirección a las islas de totora. No eran todavía las 6.30 de la mañana y la negociación con los capitanes para obtener un “privado” áspera. Cerramos con Carlos -el capitán de la Brisa-, conseguir los “ciclo taxis” para divertimento y traslado del grupo al puerto fue más sencillo, en dos horas los tuvimos estacionados frente al hotel.
En países como Bolivia o Perú, todo parece estar calculado para que todos puedan vivir del turismo, la inesperada demora “por los papeles” en puerto sirvió para que un sinfín de improvisados canta-autores a cambio de una propina deleitaran con música andina a los inquietos pasajeros, recaudando seguramente para algún fondo general en donde al menos nuestro capitán seguramente tendría parte.
Desembarcar en las mullidas islas de totora y ver como esta población hace uso del espacio y de su único recurso constructivo –la totora-, es una valiosa lección de vida para gente de un país vasto y rebosante de recursos naturales como el nuestro. Ver la forma en que transformaron un viejo buque mercante (despiezado en Londres y transportado a lomo de mula hasta el lago) en restaurante de lujo, un claro ejemplo de aprovechamiento del material disponible. Guiar y cobrar a los turistas por verlo, otra más.
Adormilados por el abundante almuerzo y el sol que penetraba desde el lago en el salón comedor del mercante “Coya” hizo difícil la partida hacia el Abra La Raya (4330 msnm), hito natural divisorio entre Puno y Cuzco y obstáculo a superar en nuestro viaje al ombligo del mundo.

Cuzco, capital del Imperio Inca.
Cientos de antiguas farolas reflejando su amarillenta luz en las brillantes piedras del adoquinado de sus calles y en las simétricas fundaciones de edificios incas aprovechadas posteriormente por los conquistadores españoles en la construcción de sus viviendas, hacen de Cuzco una maravillosa para caminar, es imperdible –y así lo hicimos- aprovechar el tiempo entre visitas a museos e iglesias para comer algo en sus balcones y disfrutar del silencio propio de una ciudad con muy baja circulación vehicular y bajísima contaminación sonora y visual, especialmente la publicitaria. En la cochera del hotel quedaron las camionetas estacionadas por los siguientes tres días. Cuzco debe recorrerse en taxi y a pié y esa fue la consigna para el día siguiente, el primer día libre de la travesía.
El madrugón del segundo día estaba plenamente justificado, el servicio del lujoso Vistadome partía de la estación de San Pedro a las 6.00 de la mañana, el destino Machu-Picchu.
Conseguir varios de los diminutos y económicos taxis “Tico” de Cuzco no fue problema, los hay por cientos, embarcar en el puntualísimo tren, tampoco.
Las 3 ½ hrs. Del recorrido siguiendo al sagrado río Urubamba se pasaron tan rápido como la visita misma a las ruinas. El plan era claro y la estrategia bien definida, no había tiempo que perder.
Ya de camino a Cuzco les había contado de mis ascensiones anteriores al Huayna-Picchu (la emblemática montaña que domina la ciudadela y que en temporada alta, solo se autorizan a 400 turistas ascenderla) y el desafío que significaban sus empinadas escalinatas, los muchachos recogieron el guante de inmediato, recuperarse al bajar, les tomó un poco más tiempo. Edgardo, Claudio y Miguel fueron los 397-398-399 de ese día. Mientras ellos luchaban con el ácido láctico en sus piernas, a mi me tocó guiar a las señoras en un esperado recorrido de meditación y “absorción de energía”. Tan profundo debo haber meditado, que en un momento me vi despertándome con mis propios ronquidos en uno de los andenes de cultivo, justo a tiempo para cuando ellos bajaron extenuados luego de poco más de dos horas de haberse ido. Otra marca para recordar, de los pocos que se debe haber dormido una siesta en las exiguas horas de visita a Machu-Picchu.
El Intihuatana, el Templo de las Tres Ventanas, el Torreón, Los Morteros, el Cóndor, la Caseta de Guardia y el Puente del Inca, una sucesión de maravillosas imágenes que pusieron en jaque la capacidad de los memory-stick de las cámaras.
El singular desfile de modas efectuado como parte corriente de su trabajo por parte del personal de atención de abordo del tren, hizo más llevadera las 4 ½ hrs. que tomó el regreso al Cuzco, la conversación con dos lindas turistas americanas sentadas al frente nuestro, también.

Valle Sagrado de los Incas, otro imperdible.
Encontrar una de las pocas Sprinters del Cuzco para alquilar en temporada alta, fue casi tan difícil como encontrar buenos cigarrillos para fumar. Salimos con Miguel (parte de la Organización y a la postre piloto del 99% del viaje) en taxi el primer día a “cazar” nuestra presa, al poco tiempo la ubicamos junto al chofer en plaza Regocijo, solo fue necesario ser un poco “flexible” a la hora de regatear y generoso al momento de dar la seña, sabíamos que del confort del vehículo dependería el éxito del recorrido. Ronald el guía especialmente contratado para la visita al Valle, un enamorado de su tierra y así lo transmitió.
Esta vez haríamos una pequeña variante respecto de nuestro viaje del año anterior, había descubierto hace poco y por casualidad en el Google espectaculares imágenes de unas salineras incas cerca del valle que rápidamente se convirtieron en condición determinante al momento de contratar la combi. No me había equivocado, los “out off circuit” de Maras y el invernadero Inca de Moray definitivamente pasarán a formar parte de nuestras futuras visitas al Valle Sagrado.
Ollantaytambo y sus 189 escalones me vio otra vez con las señoras tomando algo en un bar, mientras el equipo Delta de ascensiones seguían con paso firme al guía por las alturas de la fortificación inca, después de todo, era Yo el que había contratado otro guía!.
El ambiente con música en vivo en un rancho-restaurante del valle, un merecido punto para la Organización, la compra de los CD al grupo, otro.
La fiebre compradora de Pasti, Graciela y Ana María en la feria dominical de Pisac contagió a más de uno de los muchachos. La ecuación era simple, cuanto más alejados del Cuzco, mejores resultaban “las ofertas”. Cargados de bolsas y regalos nos dirigimos rumbo a nuestras dos últimas paradas, Tambomachay y Sacsayhuaman. No quedó energía para un solo paso más, justo la necesaria para sentarse a comer las ricas truchas del restaurante de nuestro hotel en Cuzco.



 

Líneas de Nazca, enigma del desierto.
Cruzar la Cordillera Central Peruana, hasta hace un par de años no era tarea fácil, varias abras de más de 4500 msnm y el ripio dificultaban en mucho los 630 km. que separan a Cuzco de Nazca. La actual carretera pavimentada y los nuevos puentes (uno tan nuevo que todavía no se había inaugurado, nos tuvo “esperando” casi dos horas para poder cruzar) permiten efectuar este maravilloso recorrido en el día. Los amigos de Nido del Cóndor nos recibieron con una magnífica cena de mariscos –en definitiva, habíamos llegado al Pacífico y era hora de festejar-, preocuparnos por los mareos y los giros escarpados en sus avionetas al día siguiente, era una cuestión de futuro.
Eduardo –piloto estrella y cara conocida del Discovery Channel- y su flamante Caravan de 12 plazas nos deleitó con un maravilloso vuelo sobre estas enigmáticas líneas dibujadas sobre la arena, esta travesía comenzaba a coleccionar medios de transporte, barcos, trenes y ahora aviones se sumaban a nuestras queridas 4x4, esta vez en uno de los puntos más lejanos de casa, casi 4000 Km.
Alojarse con los dueños de la aerolínea tiene sus privilegios, eran apenas las 10.00 de la mañana cuando ya estábamos listos para seguir investigando lo que Nazca podía ofrecernos y lo había. Visitaríamos los talleres donde se elaboraba cerámica Nazca con el procedimiento antiguo y con precios modernos, lo de Toto –el artesano- y luego el particular negocio de Julio –el del oro- con su cooperativa de extracción milenaria con técnicas antiguas (un patio con grandes morteros cuyas piedras de molienda son movidas con tracción a sangre –humana-) argumentando una “cuidadosa” manipulación del mercurio, resultó en una única respuesta, esclavos del SXXI. Ellos dicen que no.
Un rápido almuerzo y corta siesta mediante nos tenía a todos encolumnados “Tras las huellas del Imperio”, tal era el título del artículo que me llevó el año pasado al desierto de Nazca y a su misterioso cementerio -Chauchilla- Huesos y calaveras tiradas por doquier. Único.

Géiseres del Tátio, agua vapor y vida.
Enlazar Nazca con Arica no fue problema, el correcto trato del personal aduanero chileno, agilizó bastante un trámite regularmente largo. La estadía en Arica apenas alcanzó para visitar su famoso Morro y llevarnos una buena impresión de su bella ciudad, el objetivo y los pensamientos estaban puestos en el ZOFRI (Zona Franca Iquique). Dos días apenas alcanzaron para las compras. Calama y su hermosa hostería nos vieron llegar de noche, justo a tiempo para dormir unas horas y salir temprano a los géiseres.
A Tátio solo se lo puede explicar con imágenes, expresión suprema de una Pachamama viva, la tierra que se impone e inspira respeto, finalmente terminamos de entender al hombre andino.
Jama nos vio llegar nuevamente a la Argentina, los programas para el Amazonas en Julio ya circulaban por la radio, nadie quería pensar en volver, no todavía!.

 


La música andina que escuchábamos en el viaje...


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